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Nuestra opinión: Bueno

 

Seres perdidos en el camino de los sueños.

 

"Huevo de tero", de Juan Bonaudi.

Intérpretes: Luis Mazzeo, Juan Bonaudi e Ingrid Liberman.

Diseño de luces: Jorge Mezari.

Escenografía y vestuario: Elías Leguizamón.

Música: Horacio Vivares.

Dirección: Marcelo Rodríguez.

Duración: 50 minutos. En el Actors Studio, Corrientes 3563.

Los viernes, a las 21.

 

Los miedos y las frustraciones conviven en una piecita donde los sueños son más abundantes que las verduras para un puchero. Allí están. El Laucha, desempleado, cargando sus inseguridades y fracasos detrás de una fachada de bonhomía, y El Yoru, no menos aliviado en cuanto a sus esperanzas de triunfar en la vida, pero más vivillo para sobrevivir con el menor esfuerzo.

 

Estos son los personajes escogidos por Juan Bonaudi para contar una pequeña historia de dos seres enfrentados a la adversidad, pero unidos en sus limitaciones para enfrentar una realidad castigadora. Son seres reconocibles del imaginario porteño que escapan a los márgenes temporales para adquirir otra dimensión que los instala dentro de la dramaturgia local.

 

El autor define con precisión las características de cada personaje, imprimiéndoles su cuota de bondad, egoísmo, indiferencia y solidaridad, con diálogos bien elaborados y dentro de la cuerda del humor.

 

El reparo se encuentra en que hay situaciones que se reiteran sin un buen sustrato dramático, lo que produce baches en la tensión. En un caso, por recurrencia a anécdotas del pasado que no siempre son relevantes para la acción en el presente, y por el otro, el recurso de las voces en off (demasiado extenso) para resolver el desenlace.

 

Logros y desaciertos

 

En cuanto a la actuación, Luis Mazzeo, como El Laucha, alcanza una interpretación muy verosímil, donde la composición involucra la psicología de un hombre atormentado por momentos dolorosos de su pasado, que logra también exteriorizar corporalmente.

 

Juan Bonaudi, en su doble papel de autor y actor, conoce al dedillo las características de El Yoru, para imprimirle coherencia a su composición y desarrollar una ininterrumpida línea de pensamiento.

 

En cambio, Ingrid Liberman, aunque se acerca a las características de su personaje, no tiene trabajada la voz como para verbalizar convincentemente su estado anímico, optando por un registro vocal muy esforzado que resta contundencia al drama.

 

La dirección de Marcelo Rodríguez sigue atentamente a cada uno de los personajes, instalados en una cotidianidad realista y en un espacio acotado hábilmente por la escenografía, lo que le da, por un lado, cierta intimidad y, al mismo tiempo, resuelve eficientemente las exigencias del texto de visualizar el espacio exterior.

 

Susana Freire

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