
Opinión del diario: Bueno
El policial, un género no muy frecuentado
Hitchcock, en feliz traslación a la escena porteña
"La soga", de Patrick Hamilton.
Intérpretes: Gustavo Cenatiempo, Julián Caisson, Ana Giovagnoli, Esteban Coletti, Trinidad Alcorta, Héctor Magnoli y Carlos Folias.
Diseño de iluminación: Jorge Merzari.
Escenografía y vestuario: Mariana y Florencia del Gener.
Adaptación y dirección: Matías Gandolfo. Duración: 70 minutos.
El clásico de Hitchcock en el que el realizador filmaba la escena sin cortes hasta que se acababa el rollo es llevado a escena en una adaptación que también es sin cortes y en la que la pieza dura lo que la acción. Es poco habitual ver una pieza del género policial en escena, y no es porque no tenga adeptos. Probablemente se deba a que la intriga y el suspenso necesitan de cambios de escenarios que el teatro no podría resistir. Pero en el caso de "La soga" la trama se adaptó sin inconvenientes al espacio escénico. Y en esto mucho tiene que ver el texto. Para confirmar su superioridad intelectual, dos jóvenes estudiantes matan arbitraria y caprichosamente a un compañero, con la convicción de que no serán descubiertos. Incluso son más audaces: colocan el cuerpo del muerto en el baúl del living e invitan a un grupo de amigos a una cena, entre los que se cuenta el padre de la víctima. En este juego macabro, el espectador es el único extraño que conoce el crimen y, por lo tanto, cuenta con la ventaja de conocer a los responsables; sólo le queda esperar que alguien descubra el asesinato. Y en esta espera transcurren las acciones: llegan los invitados, cenan y luego se van, excepto uno, profesor de ellos, un personaje bastante cínico que descubre "la soga" de la trama.
A un ritmo constante
El texto está muy bien adaptado para la escena. El director Matías Gandolfo le imprime un ritmo ágil que no decae. La iluminación desempeña un papel importante, sobre todo en la utilización de la luz negra, que se enciende en el momento del asesinato.
Es interesante el diseño del espacio, con una escenografía realista y minuciosa, ya poco utilizada, pero que sirve para que los desplazamientos físicos se vean justificados y para otorgar verosimilitud a las acciones. El elenco también se ve entrenado para mantener un pulso constante en las diferentes situaciones, y la interpretación resulta, en líneas generales, bastante convincente, si se piensa que no son trabajos fáciles de resolver, donde la emoción en estos personajes -se trata de ingleses- no necesita estar presente. Hay una excepción en el caso de Julián Caisson, el gestor intelectual del crimen, trabajo en el que -más allá de las constantes intervenciones a que lo obliga su papel, de sus comprometidos parlamentos y de su impecable composición exterior- hay un aspecto que no convence. Se ve como muy distanciado de la complejidad psicológica de este personaje que mata con una convicción escalofriante.
A pesar de este reparo, la puesta resulta aceitada y dinámica, logros para tener en cuenta, sobre todo cuando se trata del debut de los directores, que han encarado, es necesario reiterarlo, un género difícil de realizar y ausente de los escenarios porteños.
Susana Freire
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