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Invitación a una dramaturgia clásica

 

El misterio de la salud mental de la protagonista, en una obra que atraviesa indemne las épocas y adaptaciones.

 

ELENCO. Dora Baret y Jorge Sassi, destacables. Matias Gandolfo, seguro en la dirección.

 

LUZ DE GAS

Muy buena

 

Por Ana Seoane

 

Hay obras de teatro que trascienden gracias a sus versiones cinematográficas. Un caso fue Luz de gas, del dramaturgo Patrick Hamilton (1904—1962), estrenada en 1940 y cuatro años más tarde trasladada al cine. El film fue dirigido por George Cukor, la traducción al español hizo que se transformara en Luz que agoniza y sus actores fueron Ingrid Bergman, Joseph Cotten y Charles Boyer. En Buenos Aires hubo varias puestas en escena, algunas de ellas históricas, entre las que se rememora la que dirigió, Ibañez Menta. Es un verdadero acierto volver a este texto, un guiñol victoriano, como algunos prefieren definirlo, para intensificar la actividad de una sala teatral ubicada en el barrio de Almagro.

 

Este juego de misterio, con pocos personajes, crea una intriga creíble, donde la locura y la maldad tienen una gran participación. La mano del director, Matias Gandolfo, se descubre como segura en la composición de los personajes y en el intenso cuidado de los lenguajes escénicos que utiliza. Perfeccionista notable, consiguió junto a sus colaboradores, Guillermo de la Torre en escenografía, René Diviú en vestuario y Jorge Merzari en Iluminación, introducir a los espectadores en un túnel del tiempo, plagado de sutilezas y armonías.

 

El conflicto presenta a un matrimonio en crisis donde la salud mental de ella parece originar las disputas domésticas. En el elenco se destaca notablemente la composición de Dora Baret, en la piel de esta criatura inestable, frágil e inteligente. A su lado, Jorge Sassi, consigue convencer, aunque su personaje sea menos grato para el público. Es indudable que hay distancia entre estos dos profesionales y el resto de los interpretes, pero esto no es una objeción, ya que ellos transitan con respeto y buenas armas el escenario. Cada uno de ellos, Gustavo Cenatiempo, Vilma Ferran y Carolina Laursen, entregan a sus personajes credibilidad, elemento clave para este tipo de propuestas. Luz de gas se transforma así en una invitación a una dramaturgia clásica, con historias cercanas, donde el espectador sólo tiene que seguir apasionadamente el desarrollo de este misterio, que la inquietará y atrapará por igual.

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